Cómo comemos, vivimos, nos movemos y socializamos un día normal es lo que establece nuestros hábitos. Estos comportamientos que mantenemos a largo plazo tienen un impacto duradero en la sumade los alimentos que comemos (nuestra dieta), las decisiones que tomamos (nuestro estilo de vida) y la forma en que interactuamos con otros (una gran parte de nuestro bienestar).
Algunos acontecimientos significativos, como un duelo o un cambio de trabajo, pueden afectar considerablemente nuestra calidad de vida y nuestros hábitos alimentarios, lo que repercute en nuestro bienestar general y en el riesgo de padecer enfermedades. La pandemia tuvo ese efecto a escala mundial, y las personas más afectadas fueron las que sufrieron las mayores consecuencias. Como resultado, es posible que las restricciones sociales cíclicas tengan un impacto duradero en nuestra salud.
Datos recientes demuestran que los aislamientos sociales por períodos extendidos y el confinamiento prolongado alteraron nuestros hábitos alimentarios y, si estos cambios se mantienen, esto afectará nuestros factores de riesgo para desarrollar y manejar enfermedades crónicas, como diabetes y enfermedades cardiovasculares y musculoesqueléticas.